Bético de corazón. Un artista repleto de talento, coraje y honestidad. Porque nos hemos sentido siempre representados contigo. No has jugado en el Betis, has defendido su camiseta como lo que es, algo tuyo. En la presentación de tu biografía decías que nunca has llegado a entender por qué los béticos te hemos mostrado tanto cariño todos estos años. Ahí tienes la respuesta.
Reconozco que siempre tuve debilidad por ti. Te vi debutar testimonialmente, junto a Redondo y Varela, cuando ya no nos jugábamos nada al final de aquella mágica temporada 96-97. La de la final de Copa con el Barça, en la que casi terminamos segundos de la Liga. Cuando me enteré de que jugabas cedido en el Granada en 2ªB, pasados ya los 20 años, pensé que nunca serías futbolista del Betis. Pero me sorprendiste con tus fintas, recortes y bicicletas en la fatídica eliminatoria de ascenso a 2ª contra el Murcia. Entonces el Betis te repescó tras el descenso; yo le decía a mis amigos que te había visto jugar en el Granada y que eras un monstruo.
No tardaste mucho en demostrar que lo eras. Poco a poco te hiciste un hueco en el equipo y tu confirmación fue un gol contra el Sevilla. Traías por la calle de la amargura al eterno rival y Pablo Alfaro te quiso retirar. La ovación que te llevaste saliendo en camilla ese día nada tuvo que envidiarle a la de tu despedida. El beticismo ya sabía que de su cuna había nacido una estrella. Un futbolista distinto, un mediapunta capaz de encontrar el pase imposible, con la garra para recuperar balones, con el escudo de las trece barras por corazón.
Me dicen que alguna vez se han encontrado de madrugada a Fernando Hierro en el cesped de Villamarín buscando la cintura que le partiste cuando era uno de los mejores defensas del mundo. Seguías creciendo, fascinando a propios y extraños. Te llegó el debut con España. Qué orgullo. En pleno apogeo de traspasos millonarios, tú eras un pelotero de los caros. Podrías haberte ido al Madrid, al Barça, a Inglaterra, donde quisieras. Lo dejaste claro, donde querías estar era en tu Betis.
Empezaron a llegar las lesiones, pero hasta medio cojo, sin saber si podrías seguir jugando o no, te ponían los entrenadores. Algo diferente a los demás serías para que te siguieran dando minutos. Los que no sabían por lo que estabas pasando decían que te arrastrabas por el campo. Nada más lejos de la realidad.
Hasta tu último partido has sido diferente, siempre imprescindible. Cómo se empezó a torcer la temporada pasada cuando te lesionaste en Zorrilla. Acabamos en Segunda. Y en tu último año fuiste, de nuevo, diferente a los demás. El único que lo dio todo en Salamanca, el que se echó a un equipo de acomodados a la espalda para corresponder a la entrega incondicional de los suyos. No soportas ver a tu Betis como está. Has hecho todo lo posible por irte dejándolo en Primera. Lo sabemos muy bien; por eso te ovacionamos en pie un día tan duro como el del Levante. En medio de los gritos a los que se lo merecen y a todo el que se pusiera por delante, a ti no. Tú sólo merecías nuestro eterno agradecimiento y respeto.
Gracias, Capi.
domingo, 4 de julio de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario